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Сказка «Смерть в кумовьях» (La Muerte Madrina) на испанском языке

Сказка «Смерть в кумовьях» (La Muerte Madrina) на испанском языке – читать онлайн, авторы публикации – братья Гримм. Эта сказка, как и десятки других, вошли в первый сборник, который опубликовали братья Гримм в начале 19-го века. Сказка «Смерть в кумовьях» не такая известная, как, например «Золушка», «Белоснежка» или «Красная Шапочка», но также была переведена на многие самые распространённые языки мира.

Остальные сказки братьев Гримм, а также другие сказки других народов мира можно читать онлайн в разделе «Сказки на испанском».

Литературу других жанров можно найти в разделе «Книги на испанском».

Для тех, кто самостоятельно изучает испанский язык по фильмам, создан раздел «Фильмы и мультфильмы на испанском языке».

Для тех, кто хочет учить испанский не только самостоятельно, но и с преподавателем или носителем языка, подробная информация об этом есть на странице «Испанский по скайпу».

 

Теперь переходим к чтению сказки «Смерть в кумовьях» (La Muerte Madrina) на испанском языке.

 

La Muerte Madrina

 

Un hombre muy pobre tenía doce hijos; y aunque trabajaba día y noche, no alcanzaba a darles más que pan. Cuando nació su hijo número trece, no sabía qué hacer; salió a la carretera y decidió que al primero que pasara le haría padrino de su hijito. Y el primero que pasó fue Dios Nuestro Señor; él ya conocía los apuros del pobre y le dijo:

- Hijo mío, me das mucha pena. Quiero ser el padrino de tu último hijito y cuidaré de él para que sea feliz.

El hombre le preguntó:

- ¿Quién eres?

- Soy tu Dios.

- Pues no quiero que seas padrino de mi hijo; no, no quiero que seas el padrino, porque tú das mucho a los ricos y dejas que los pobres pasemos hambre.

El hombre contestó así al Señor, porque no comprendía con qué sabiduría reparte Dios la riqueza y la pobreza; y el desgraciado se apartó de Dios y siguió su camino. Se encontró luego con el diablo, que le preguntó:

- ¿Qué buscas? Si me escoges para padrino de tu hijo, le daré muchísimo dinero y tendrá todo lo que quiera en este mundo.

El hombre preguntó:

- ¿Quién eres tú?

- Soy el demonio.

- No, no quiero que seas el padrino de mi niño; eres malo y engañas siempre a los hombres.

Siguió andando, y se encontró con la muerte, que estaba flaca y en los huesos; y la muerte le dijo:

- Quiero ser madrina de tu hijo.

- ¿Quién eres?

- Soy la muerte, que hace iguales a todos los hombres.

Y el hombre dijo:

- Me convienes; tú te llevas a los ricos igual que a los pobres, sin hacer diferencias. Serás la madrina.

La muerte dijo entonces:

- Yo haré rico y famoso a tu hijo; a mis amigos no les falta nunca nada.

Y el hombre dijo:

- El prócimo domingo será el bautizo; no dejes de ir a tiempo.

La muerte vino como había prometido y se hizo madrina. El niñito creció y se hizo un muchacho; y, un día, su madrina entró en la casa y dijo

que la siguiera. Llevó al chico a un bosque, le enseñó una planta que crecía allí y le dijo:

- Voy a darte ahora mi regalo de madrina: te haré un médico famoso. Cuando te llamen a visitar un enfermo, me encontrarás siempre al lado de su cama. Si estoy a la cabecera, podrás asegurar que le curarás; le darás esta hierba y se pondrá bueno. Pero si me ves a los pies de la cama, el enfermo me pertenecerá, y tú dirás que no tiene remedio y que ningún médico le podrá salvar. No des a ningún enfermo la hierba contra mi voluntad, porque lo pagarías caro.

Al poco tiempo, el muchacho era ya un médico famoso en todo el mundo; la gente decía:

- En cuanto ve a un enfermo, puede decir si se curará o no. Es un gran médico.

Y le llamaban de muchos países para que fuera a visitar a los enfermos y le daban mucho dinero, así que se hizo rico muy pronto. Ocurrió que el rey se puso malo. Llamaron al médico famoso para que dijera si se podía curar; pero en cuanto se acercó al rey, vio que la Muerte estaba a los pies de la cama. Allí no valían hierbas. Y el médico pensó:

- ¡Si yo pudiera engañar a la Muerte siquiera una vez! Claro que lo tomará a mal, pero como soy su ahijado, puede que haga la vista gorda. Voy a probar.

Cogió al rey y le dio la vuelta en la cama, y le puso con los pies en la almohada y la cabeza a los pies; y así, la Muerte se quedó junto a la cabeza; entonces le dio la hierba y el rey convaleció y recobró la salud. Pero la Muerte fue a casa del médico muy enfadada, le amenazó con el dedo y dijo:

- ¡Me has tomado el pelo! Por una vez, te lo perdono, porque eres mi ahijado; pero como lo vuelvas a hacer, ya verás: te llevaré a ti.

Y al poco tiempo, la hija del rey se puso muy enferma. Era hija única, y su padre estaba tan desesperado que no hacía más que llorar. Mandó decir que al que salvara a su hija le casaría con ella y le haría su heredero. El médico, al entrar en la habitación de la princesa, vio que la Muerte estaba a los pies de la cama. ¡Que el muchacho habría recordado la amenaza de su madrina! Pero la gran belleza de la princesa y la felicidad de casarse con ella le trastornaron tanto que se desechó a todos los pensamientos. No vio las miradas encolerizadas que le echaba la Muerte, ni cómo le amenazaba con el puño cerrado: cogió en brazos a la princesa y la puso con los pies en la almohada y la cabeza a los pies, le dio la hierba mágica, y al poco rato la cara de la princesa se animó y empezó a mejorar.

Y la Muerte, furiosa porque la habían engañado otra vez, fue a grandes zancadas a casa del médico y le dijo:

- ¡Se acabó! ¡Ahora te llevaré a ti!

Le agarró con su mano fría, le agarró con tanta fuerza, que el pobre muchacho no se podía soltar, y se lo llevó a una cueva muy honda. Y el médico vio en la cueva miles y miles de luces, filas de velas que no se acababan nunca; unas velas eran grandes, otras medianas y otras pequeñas. Y cada momento unas se apagaban, y otras se estaban encendiendo otra vez; era como si las lucesitas estuvieran brincando. La Muerte le dijo:

- Mira, esas velas que ves son las vidas de los hombres. Las grandes son las vidas de los niños; las medianas son las vidas de los cónyuges, y las pequeñas las de los ancianos. Pero hay también niños y jóvenes que no tienen más que una velita pequeña.

- ¡Dime cuál es mi luz! - dijo el médico, pensando que era todavía una vela bien grande.

Y la Muerte le enseñó un cabito de vela, casi consumido:

- Ahí la tienes.

- ¡Ay, madrina, madrina mía! ¡Enciéndeme una luz nueva! ¡Por favor, hazlo por mí! ¡Mira que todavía no he disfrutado de la vida, que me van a hacer rey y me voy a casar con la princesa!

- No puede ser, - dijo la Muerte. -No puedo encender una luz mientras no se haya apagado otra.

- ¡Pues enciende una vela nueva con la que se está apagando! - suplicó el médico. La Muerte hizo como si fuera a obedecerle; llevó una vela nueva y larga. Pero como quería vengarse, a sabiendas tiró el cabito de vela al suelo, y la lucecita se apagó. Y en el mismo momento, el médico se cayó al suelo, y dio ya en manos de la Muerte.

 

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